El Ser del Fuego (PRIMERA PARTE)

En un lejano lugar, apartado de toda civilización, donde para llegar hay que atravesar el desierto más grande del planeta. En tierra seca, donde probablemente hace millones de años estaba cubierta de agua, se encuentra un sitio único por sus características, un suelo que presenta múltiples fracturas, y una vegetación casi nula, el único representante de este reino es un árbol negro como la oscuridad profunda de las noches allí, que parecería haber sido quemado y hubiera resistido de pie siendo solo carbón, de escasas hojas semeja a lo lejos tener una flama en cada terminación de sus ramas y es que el color de estas es un naranja intenso con el contorno y las venas carmesí, con una textura aterciopelada fina placentera al tacto, envidioso de su creación no suelta una sola en 4444 años dejando como única alternativa arrancarla al que desee poseerla.

Este solitario árbol tiene como única y exclusiva compañía a kilómetros a la distancia a una ni grande, ni abundante llama de fuego, que lo acompaña echándole humo y de vez en cuando dando un poco de calor, al cual como agradecimiento aloja dentro de su tronco hueco.

El humo se incrusta en la única rama sin hojas, va creando, una simulación de tela que poco a poco, sin importarle el tiempo que pase, va tomando la forma de un capullo.
Esta especie de capullo va creciendo muy lentamente, y en su interior lleva a un ser divino, el cual tendrá una misión de suma importancia que tendrá que cargar por el resto de sus días.

Cuatro mil cuatrocientos años después de haber sido creado el fuego con el corazón de su predecesor puesto dentro de un árbol solitario, después de mucho palpitar de un capullo que su ritmo acelera día con día, una mano pequeña rompe su fino hogar dejando salir un líquido que da muerte al fuego. El fluir del líquido se precipita y origina que el nuevo ser que apenas había mostrado una parte de su brazo caiga aparatosamente y rompa una parte de la corteza.

Sacudiéndose el espeso líquido con miedo y desconcierto se libera del árbol, se lleva las manos a la cara quitándose el resto, voltea a ver al sol y un pigmento naranja se esparce por dentro de su piel azul saliendo con mesura entre los poros, este pigmento natural creado por su organismo genera un pictograma en su cabeza, generalmente en su rostro, el cual definirá su identidad y lo distinguirá en la historia.

Sin poder hacer más que vivir le llega su primera noche, fría y oscura, temblando por el clima, instintivamente se refugia en el mismo sitio que ocupaba antes el fuego y gracias a un fenómeno de la naturaleza, unas hojas aterciopeladas de un tono naranja intenso, caen arropándolo.

Días después por fin tiene compañía, a lo lejos ve venir a un ser. Al acercarse puede ver que este posee un manto sucio y viejo que cubre su cuerpo, con capucha sobre su cabeza que impide ver su rostro, con un lento caminar se postra enfrente de él.

- Tu nombre es Mateo y estoy aquí para cuidar de ti - dijo mientras revelaba su rostro deteriorado y arrugado, perteneciente a una mujer mayor-

La anciana puso el dedo índice de su mano izquierda en el centro del pecho y una luz anaranjada broto de este.

- Todo en orden, serás como tus antecesores.

Puso su dedo índice de la mano derecha sobre la cabeza de Mateo haciendo brotar una luz de un azul incandescente.

- Te he transmitido el lenguaje, ¿cómo te sientes?

- Bien – contestó Mateo entre asustado y asombrado porque el sonido salió de su boca y sabía lo que significaba –

Sin acabar con su soledad, era visitado por la anciana al treceavo sol, a la cuarta oscuridad de su llegada se volvía a marchar, dejando en su visita más conocimientos en el chico.